A Sus pies y a Su sombra


Anhelo vivir sentada a tus pies, Señor Jesús, escuchando tu voz como María, la hermana de Marta y de Lázaro (Lucas 10:38-42). Tendida a tus pies como Rut mientras esperaba ser protegida bajo el manto de Booz y dignificada por la identidad que le otorgaba su amor (Rut 3). A tus pies, sí, y a tu sombra, como el rey David, que se deleitaba en tu presencia (Salmos 16:11; 63). A tu sombra de Águila en las alturas (Salmo 91; Isaías 40:28-31). A la sombra de tu mirada compasiva y tu voz de Maestro -deliciosas cual manzano- como la amada en los cantares de Salomón (Cantares 2:3).

¡Cuán preciosa, oh Dios, es tu misericordia! Por eso los hijos de los hombres se amparan bajo la sombra de tus alas (Salmos 36:7 RV60).

Mi Amado es, entre los jóvenes, como el manzano entre los árboles silvestres. Sentarme a su sombra es un deleite; ¡cuán dulce es su fruto a mi paladar! (Cantares 2:3).

 

 

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