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Mostrando entradas de enero 22, 2012

La astilla del rencor

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En días recientes me enterré un pedacito de vidrio en el dedo. Hace mucho que no sentía la incomodidad de la piel abierta y enconada y la sensación urgente de extraer de mi cuerpo el objeto invasor. Recordé que en mi niñez a veces me enterraba una astilla y no sabía cómo sacarla. El dolor, la inflamación y la incomodidad no cesaban hasta que alguien con mayor habilidad y experiencia que yo lograra extraerla. A veces había que sacarla por pedazos porque no salía completamente. Si ése era el caso, cuando tocaba algo con el dedo, sentía la punzada de la astilla y sabía que todavía quedaba algo sin extraer. A menudo había que abrir un poco la piel para ayudar a sacar la astilla, pues de otra forma lo que hacía era adentrarse más y provocar mayor irritación.  

El peligro de algunos silencios...

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Hay silencios buenos, silencios que enseñan, silencios que nos permiten relajarnos después de un día agitado, que nos permiten encontrarnos con nosotras mismas, que nos permiten reflexionar sobre cómo ser mejores personas, planificar qué haremos con nuestro tiempo y muchas cosas más. Pero hay silencios que nunca deberían darse. Silencios que levantan murallas, que distancian corazones, que provocan olvido... Silencios que si se prolongan lo suficiente tienen como resultado que al querer comunicarnos ya no seamos conocidos o ya no conozcamos porque no estuvimos en contacto mientras nuestro ser interior o el de un ser amado se iba transformando con el devenir de la vida. Tengamos más cuidado de hacer silencio cuando es sabio y respetar el silencio de los que nos rodean cuando es prudente. Tengamos también el cuidado de romper el silencio -el nuestro o el del otro- cuando nuestras relaciones dependan de la comunicación, antes de que sea tarde porque  los lenguajes del alma se h