Dejando ir a quien amamos

Una de las historias más estremecedoras de la Biblia es la del sacrificio de Isaac. Dios promete a Abraham un hijo, que no llegó a tener hasta su vejez y la de su esposa. Cuando por fin tienen el hijo, el gozo más grande de su vida entera, Dios le pide sacrificarlo. Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré (Génesis 22:2).


Para Abraham no era extraña esa petición. En las culturas paganas de la antigüedad, era común sacrificar niños para aplacar la ira de los dioses. Pero Dios quería revelar a Abraham Su carácter de Dios de Amor. Dios era diferente, era el Dios verdadero. Él probaría la fe de Abraham, pero le enseñaría que a Sus ojos el sacrificio humano no era aceptable. Dios ya había prometido un único sacrificio que redimiría a toda la humanidad: el sacrificio de Su Hijo (Génesis 3:15; Isaías 53).

Imaginamos las emociones que despertaría esta escena en Abraham y en su hijo y tenemos una leve idea de cómo se sintieron el Padre y Jesús en el momento de Getsemaní y de su  muerte. Abraham tuvo el alivio de ser detenido y recibir provisión de un carnero en lugar de su hijo para sacrificar a Dios (Génesis 22:10-18). Pero a Jesús se le negó una segunda opción para salvarnos (Mateo 26:36-59). Ésta es la única oración hecha por Jesús en que la Biblia registra que se le negó lo que pidió.

¿Qué pedía Jesús, sino que nuestros pecados no tuvieran que ser puestos sobre Él, que amaba al Padre por encima de todo, que nunca pecó, sino que siempre le obedeció. Sus oraciones eran siempre contestadas porque estaban de acuerdo con el corazón de Dios. Pero cumplir con el acuerdo (pacto) de salvarnos implicaba ser alejado del Padre Santo, que no puede tener comunión con las tinieblas. Era la injusticia más grande que la humanidad había causado en la historia. Sigue siéndolo. Pero, como Isaac, Jesús estuvo dispuesto. Y en esta ocasión el sacrificio se consumó. La Esperanza de la humanidad, el gozo más grande del Padre, moriría.

En ocasiones he puesto a alguien por encima de Dios y me ha sido quitado. He llorado amargamente, pero luego he descubierto que Dios me ha liberado y me ha devuelto el verdadero gozo, el más profundo y completo: el de estar cerca de Él y hacer Su voluntad. Cuando comprendemos el sacrificio de Jesús y cómo su corazón y el del Padre sufrieron por nosotros, incluso siendo un sacrificio injusto, podemos aceptar que Dios nos pida sacrificios como éste, sabiendo que Él comprende cómo nos sentimos.

Mateo 10:37-39  El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará.


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