Descalza

El domingo pasado escuché un sermón de la pastora Elizabeth. En medio del sermón ella mencionó la parábola del hijo pródigo y dijo que le fueron puestas sandalias como símbolo de que era un príncipe. Pocos días más tarde me topé con el pasaje de Moisés y la zarza ardiente. De pronto hice una conexión entre ambos pasajes.

Moisés había sido príncipe en Egipto. Había tenido poder, tenía amplitud de conocimientos, influencia política, cultura. Pero en el momento en que se encuentra con Dios, Dios le indica que debe quedar descalzo. Moisés sólo pudo llevar consigo ante Dios su tartamudez y la vara que le servía de bastón en su vejez (tenía 80 años cuando se encontró con Dios). No existen poder o sabiduría humanos que puedan enfrentar o comprender a Dios. Es necesario deshacernos de la confianza en nuestros propios méritos y esfuerzos para poder acceder a Su gracia.

Por otro lado, cuando nos humillamos ante el Padre Eterno, como lo hizo el hijo pródigo, es Él el que nos hace calzar sandalias y anillo real y nos constituye en príncipes y sacerdotes de Su Reino para Su gloria.

Señor, quiero vivir una vida reverente a ti, descalza de las sandalias de mi confianza en mi propia prudencia o en las habilidades que has puesto en mí. Hazme reconocer que el valor y las capacidades que tengo como ser humano estriban en lo que de ti has colocado dentro de mí y en la gracia obtenida mediante el sacrificio de tu Hijo en la cruz. Amén.

Pero ustedes son una familia escogida, un sacerdocio al servicio del rey, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios. Y esto es así para que anuncien las obras maravillosas de Dios, el cual los llamó a salir de la oscuridad para entrar en su luz maravillosa. 1 Pedro 2:9

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