Sacrificio por sacrificio

Esta mañana en la iglesia se leyó la súper conocida porción bíblica de Proverbios 31 que suele leerse en días como el de hoy, Día de las Madres. En esta ocasión mi mente se detuvo en una frase particular: "Dadle del fruto de sus manos" (verso 31). Generalmente hablando, las madres cosechan lo que siembran con sus enseñanzas verbales y con sus acciones. En el mundo moderno demasiados hijos viven exigiendo mucho y ofreciendo poco.
Cuando en mi rol de maestra converso con las madres de este tipo de jóvenes, encuentro que ellas intentaron "darles todo". Pensaron que sacrificarlo todo por los hijos a cambio de nada sería una acción que ellos agradecerían y un ejemplo que ellos emularían, reciprocando con buenas acciones el esfuerzo materno. (En muchos casos ese esfuerzo es mayor por la falta de un padre en el hogar y de apoyo económico del varón progenitor.)

Cuando yo era niña mi madre me enseñó algo que su madre a su vez le había enseñado a ella. Me explicó que los padres se hacen cargo de las necesidades de los hijos mientras ellos no tienen forma de mantenerse por sí mismos, pero que igualmente los hijos deberían ayudar al sostén de los padres si en su vejez ellos carecían de los medios para cubrir sus necesidades básicas. Esto no debía ser visto como una obligación sino como un acto de gratitud, amor y consideración. La frase "dadle del fruto de sus manos" me hace pensar en esta enseñanza. Hay que enseñar a los hijos a dar tanto como a recibir. A pensar en los demás tanto como en ellos mismos. A honrar a Dios y a sus padres. Estas cosas no se dan en forma automática. Hay que educarlos para eso. Puede enseñárseles a visitar a sus abuelos, a respetar a sus mayores, a colaborar con sus padres en las tareas del hogar y muchas cosas más. A fin de cuentas en el mundo vivimos en comunidad. Siempre tenemos que considerar que los recursos y las responsabilidades son compartidos.