La astilla del rencor

En días recientes me enterré un pedacito de vidrio en el dedo. Hace mucho que no sentía la incomodidad de la piel abierta y enconada y la sensación urgente de extraer de mi cuerpo el objeto invasor. Recordé que en mi niñez a veces me enterraba una astilla y no sabía cómo sacarla. El dolor, la inflamación y la incomodidad no cesaban hasta que alguien con mayor habilidad y experiencia que yo lograra extraerla. A veces había que sacarla por pedazos porque no salía completamente. Si ése era el caso, cuando tocaba algo con el dedo, sentía la punzada de la astilla y sabía que todavía quedaba algo sin extraer. A menudo había que abrir un poco la piel para ayudar a sacar la astilla, pues de otra forma lo que hacía era adentrarse más y provocar mayor irritación.  

Cuando pensaba sobre esto se me ocurrió que así es el proceso de perdonar y sanar las heridas emocionales. A veces pensé que había perdonado porque, como me habían enseñado que había que perdonar, negaba mi sentimiento de enojo y me resignaba a pasar por alto lo ocurrido, como si fuese humanamente posible borrar una memoria. Después de muchos años terminé percatándome de que la astilla de mi resentimiento sólo se había adentrado más y causaba dolor cada vez que un evento se parecía al evento inicial no sanado. Pienso que a veces Dios permite situaciones que despiertan en nosotros el dolor pasado para que podamos descubrir que todavía hay cosas que remover de nuestro interior. A menudo son recuerdos que hemos escogido desplazar de nuestra mente consciente a nuestra mente subconsciente, por lo que nos cuesta trabajo recuperarlos. Entonces Dios,  que todo lo conoce en nosotros, tiene que abrir un poco más nuestra "piel" emocional para sacar fuera lo que sea necesario. Una vez revelado lo que todavía nos hiere, podemos decidir perdonar a conciencia y pasar por el proceso de sanar con la ayuda de Él.

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