Los gestos del dolor

Ayer, en un culto al que asistí, observé cómo una mujer cubría su rostro y se encorvaba hasta colocarse casi en posición fetal mientras oraba y lloraba, sentada en la banca. Hoy recibí un mensaje de una mujer que perdió a su madre; el mensaje era muy breve, pero expresaba un profundo e inmensurable dolor. Pienso que en la soledad de su habitación quizás su cuerpo, quizás su corazón, adopten la misma posición de la mujer que vi ayer.

Yo me coloqué en esa posición muchas veces cuando sufría de depresión severa. Recordando las palabras del Padre Damián, un sacerdote que ofrece talleres de sanidad interior en San Juan, pienso que en los momentos de mayor angustia de alguna manera intentamos regresar al lugar donde alguna vez nos sentimos seguros: el oscuro y cálido escondite en el vientre de nuestra madre. Se me ocurre que, aunque hubiéramos sido rechazados y maltratados por nuestros padres en aquel momento, de alguna manera nos sabíamos amados y protegidos por nuestro Creador, y que es quizás ahí a donde anhelamos volver. Ya no podemos regresar ahí, como le dijo Jesús a Nicodemo (Juan 3:1-5), pero siempre podemos volver a nuestro Hacedor a través de la oración. Qué bueno es saber que Él nos escucha, que le importa nuestro dolor y que bajo Sus inmensas alas estamos seguras (Salmos 91:1-4).
Salmos 65:2 PDT  Tú escuchas las oraciones, por eso todo el mundo acude a ti.

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