Aviso de tormenta

Esta noche hay un aviso de tormenta para Puerto Rico. Llamé a mi madre para saber cómo se sentía. Me dijo que muy asustada porque habían pronosticado el paso de vientos huracanados para la Isla. Traté de tranquilizarla, pero ella se aferra a los recuerdos de su niñez.
Cuando era pequeña, su familia era muy pobre y vivía en una casucha de madera y zinc que tenía muchos agujeros. Cuando llegaba el tiempo de tormenta, el viento sonaba en forma impresionante para ella al escurrirse entre la madera y el zinc. Mi abuela, su madre, siempre fue una mujer muy insegura y temerosa. Vivía augurando males y previniendo todo tipo de catástrofe. Cargaba en su cartera medicinas, linternas, baterías, velas, fósforos y no sé cuántas cosas más. Mi madre aprendió a tener miedo a casi todo. Mi padre tuvo que convertirse en su rescatador para cualquier tipo de situación, por insignificante que pareciera. Mi madre ya envejeció y todavía se aferra a las emociones que experimentó durante sus primeros años de vida. En su memoria, no ha logrado separar los eventos de aquel momento de los temores que despertaban en ella. En el fondo, continúa reaccionando como si fuera una niña indefensa. Resulta muy difícil convencerla de que puede reaprender y superar sus miedos. 

Algunas de nosotras hemos atravesado la separación de nuestros padres, de nuestros hijos y de nuestra pareja. Tenemos suficiente motivo para empoderarnos y aprender a enfrentar la vida sin dependencias  humanas, dependiendo sólo de Dios. Jesús enseñó a sus discípulos a no tener miedo, a confiar plenamente en Él. Y también nos invita a nosotras a hacer lo mismo. Cuando le conocemos y comprobamos que de Él sólo provienen cosas buenas para nuestra vida, podemos aprender a mirar más arriba de la amenazadora tormenta y -a pesar del cielo nublado- ver Su rostro y vivir confiadas en que todo estará bien, gracias a Su amor.

En paz me acostaré, y asímismo dormiré; porque sólo tú, Jehová, me haces vivir confiado. Salmos 4:8