El Dios Protector

Tú eres mi escondedero y mi escudo; en tu palabra espero. Salmo 119:114

Recientemente visité Costa Rica. Como soy planificadora, había coordinado estadías en varias provincias para conocer lo más posible. Las cosas no siempre salen como esperamos. Uno de los lugares que reservé -un tanto alejado de la ciudad- no me pareció seguro. Decidí cambiarme al hotel más cercano que pudiera conseguir. Mi teléfono no funcionaba allí y ya era de noche. Entré al Internet y solicité una reservación para el día siguiente en un apart-hotel. Quería asegurarme de tener lugar antes de cancelar mi reservación en el lugar donde me encontraba.

Luego, al cancelar mi primera reservación, se me advirtió que debía desalojar de inmediato. Envié un mensaje electrónico al hotel indicando que necesitaría alojarme esa misma noche, pero la respuesta demoraba. Solicité un servicio de transporte y me dirigí al lugar. De seguro tendrían algún espacio disponible para mí.   

Al llegar al aparthotel, escuché la radio encendida en la oficina de recepción. Las luces también estaban encendidas, aunque el portón estaba cerrado. El portón estaba precedido de un balcón cercado con un muro frontal. La pequeña reja en el muro estaba abierta. Entré al balcón y me acerqué al portón para llamar. No me respondieron. Quizás la persona en recepción estaba ocupada y no había notado que llegué. Quizás el sonido de la radio le había distraído. Continué llamando, pero nadie respondió. Después de algunos minutos pensé: "Ahora estoy fuera del lugar donde no me sentía segura y estoy más expuesta a peligros, porque estoy en la calle". 

La calle estaba solitaria. De pronto pasó un grupo de jóvenes y me asusté. Traté de disimular mi inquietud. Tan pronto se fueron, me senté con mis maletas detrás del muro del balcón. Afortunadamente era suficientemente alto para cubrirme y evitar que quien pasara pudiera verme, a no ser que se acercara al muro. Traía conmigo mi pasaporte, mis tarjetas del banco y algo de dinero, además de mi ropa. Me sentía como una persona sin hogar, vagando en la calle.

Oré a Dios y le dije: "Señor, no sé si me equivoqué al salir de aquel lugar. No me sentí segura en él y tomé esta decisión. No sé si estuvo mal que me apresurara a salir, pero si lo hice mal,  te pido que me perdones y me cubras. No podré resistir despierta toda la noche. Y aunque pudiera, nada podría hacer para defenderme si alguien me quisiera hacer daño. Necesito que envíes tu palabra de protección sobre mí para que tus ángeles me protejan esta noche. Por favor, cuida de mí". 

Me arrinconé contra el muro e intenté amontonar mis cosas de forma que no se vieran desde el exterior del balcón a no ser que alguien se acercara mucho. Un viento frío soplaba con fuerza. Tratando de no ser vista desde el otro lado del muro, busqué alguna ropa adicional en mis maletas y me la puse sobre la que ya tenía. Me arropé tanto como pude. Venía del trópico y casi toda mi ropa era de verano. 

El radio continuaba encendido. Era una estación cristiana. El programa era grabado. Un maratón de lectura continua de la Biblia. En medio de mi temor, la Palabra de Dios me sustentaba y me traía confianza y paz. No sé cuántas veces me dormí y cuántas más desperté escuchando la Palabra que me daba fortaleza y seguridad en medio de mi vulnerabilidad. Agradecí a Dios Su provisión espiritual para ese momento. Pienso que Él sabía que tomaría la decisión de irme del lugar inicial esa misma noche y permitió que alguien dejara la radio encendida justo en esa emisora, para sustentarme. 

La madrugada siguiente la joven que limpia las habitaciones del hotel me encontró sentada en el suelo, arropada con ropa. No le dije que había pasado ahí la noche. Debe haberlo supuesto. Le dije que quería cancelar mi reservación e irme a la ciudad porque en ese pueblo el frío no me dejaba dormir. Ella y la próxima empleada que llegó eran cristianas. Trataron de animarme para que me quedara. Hablaron con el encargado cuando llegó y él me permitió entrar a un apartamento a descansar. Era temprano. Se suponía que no entrara hasta la una de la tarde. Como el apartamento  que reservé no estaba listo a esa hora, me dieron uno más grande, con dos habitaciones, dos baños y vista al jardín. Era espacioso, íntimo y tranquilo. 

Allí pasé cinco días. La sensación de inseguridad fue cediendo a la de paz y confianza. Disfruté mi estadía y compartí con personas cristianas que me apoyaron. Dios había preparado mesa para mí.


Tú eres mi escondedero y mi escudo; en tu palabra espero. Salmo 119:114

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